Un error fatal
Era invierno y una madre joven con un bebé en brazos viajaba en tren. Hacía mucho frío afuera y desde el tren se veía el campo totalmente nevado. La mujer no había viajado antes en tren, y estaba preocupada porque no quería perder su parada. Varias veces preguntaba, y al final el interventor le aseguró y prometió avisarla cuando llegara su parada.
El tren seguía su rodaje, y el interventor se fue a otro coche. Entonces, un hombre trajeado, sentado delante de la mujer, le dijo cortésmente: “Señora, yo viajo en esta ruta todos los meses en mi trabajo. Tranquila que yo le indicaré cuando llegue su parada porque las conozco todas”. Poco después paró el tren y aquel hombre amablemente le dijo que era su parada, así que agradecida la mujer joven salió con su infante.
Seguía adelante el tren y entonces entró el interventor preguntando por la señora. Aquel hombre que le había ayudado le dijo: Llegó su parada y Ud. no estaba así que yo se la indiqué y salió”.
“¡Oh no!” gritó el interventor, echando las manos a la cabeza. “Había mucha nieve en la vía y paramos sólo un minuto para quitarla. ¡No era una parada programada, no era la suya!” Cuando llegaron a la próxima parada, que hubiera sido la suya, enviaron a buscarla en el campo. La encontraron con su bebé en brazos, ambos muertos del frío y congelados.
Aquel hombre era amable, sincero y benigno, pero se equivocó y dio un consejo fatal. Queriendo hacer bien, hizo mal. ¡Cuántas veces pasa esto en la vida espiritual, porque escuchamos voces y consejos de personas que desean hacer bien, son personas bien intencionadas, pero equivocadas!
Pueden ser amables y sinceras, como el hombre en el tren que sólo quiso ayudar, pero son fatales porque en lugar de conducir al cielo, conducen a la perdición eterna.
Nos indican que para ir al cielo, necesitamos cosas como los sacramentos, la devoción a los santos, la práctica de la religión de nuestros padres, las buenas obras, etc. Pero si sigues estos consejos acabarás perdido eternamente. Su sinceridad no los salva de ser erróneos. Para no cometer un error fatal, eterno y sin arreglo, haz caso de la Palabra de Dios, no la de los hombres.
Sólo el Señor Jesucristo dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (S. Juan. 14:6). Amigo, conviene leer y atender bien la Palabra de Dios porque en ella se nos indica claramente el camino al cielo.
“En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).