Reunidos en la puerta de las Aguas
Nehemías 8:1-8
Los libros de Esdras y Nehemías nos conducen retrospectivamente a una época de avivamiento espiritual, en la que un remanente del pueblo de Dios deja atrás la cautividad babilónica para dirigirse a la tierra que Dios había prometido a los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Dicho remanente vuelve a Jerusalén, el lugar que el Señor había elegido para hacer habitar su nombre, con el propósito de restaurar el templo, reanudar la adoración y reconstruir la ciudad.
Por cierto, el orden en que estas actividades fueron organizadas es muy llamativo. Si lo analizamos siguiendo un criterio meramente humano, opinaríamos que hubiera sido más lógico comenzar desde lo exterior, es decir, construir el muro y luego restaurar el templo. Pero ellos hicieron exactamente lo contrario: empezaron desde adentro. Se ocuparon primeramente del centro de la adoración, para lo cual pusieron el altar sobre sus basas y luego colocaron los cimientos del templo; tarea que, gracias a la acción de los profetas Hageo y Zacarías, fue completada tras muchas interrupciones y una severa oposición. Finalmente, en los días de Nehemías, la obra de reconstrucción del muro y colocación de las puertas de la ciudad pudo comenzar. Y Nehemías pudo ver el éxito de sus esfuerzos cuando el muro de Jerusalén fue dedicado con música y cánticos (Nehemías 12).
Sin embargo, todavía hay otro detalle importante para destacar de esta época de retorno y avivamiento: el renovado interés por la Palabra de Dios, la cual volvió a tener el lugar que le correspondía y su luz fue puesta nuevamente en el candelero. En Nehemías 8, vemos a un pueblo reunido alrededor de la Palabra y escuchando su mensaje con mucha atención. Nadie faltaba allí. Todo el pueblo estaba reunido como un solo hombre y durante muchas horas escuchaban la ley que estaba siendo leída. Los oídos de todos ellos estaban atentos a lo que decía el libro de la ley (8:3). De manera que el retorno del remanente a Jerusalén también fue un retorno a la Palabra y a la voluntad de Dios. El pueblo despertó al escuchar el llamamiento efectuado por medio de la trompeta de la Palabra de Dios.
En todo esto, el escriba Esdras tenía un papel muy importante (7:10). A él le fue dado un lugar prominente a fin de que presentara la Palabra de Dios ante los israelitas y que lograra que éstos prestaran toda su atención y grabaran en sus corazones lo que habían escuchado. Es importante considerar detenidamente el lugar y el tiempo en que se llevaba a cabo la reunión del pueblo para escuchar la lectura de la Palabra, porque dichas circunstancias están en perfecta armonía con el propósito de dicha reunión. Ésta se realizaba en la plaza que estaba delante de la puerta de las Aguas, la que nos habla de la obra purificadora de la Palabra de Dios (Juan 15:3; Efesios 5:26). La puerta, además, era el lugar donde se administraba justicia y se hacían juramentos.
Hablando metafóricamente, podemos decir que el pueblo se colocaba a sí mismo bajo la autoridad de la Palabra y se sujetaba al lavamiento del agua por la Palabra. Ellos se reunían enfrente de la puerta de las Aguas el primer día del mes séptimo (vv. 1-2). Este día era muy importante en el ciclo anual de fiestas, pues marcaba el principio de la serie final de fiestas que sucedía a la siega de la mies. En este día se celebraba la Fiesta de las trompetas, la cual era seguida por el Día de la expiación y luego, del 15 al 22 del mismo mes, se celebraba la Fiesta de los tabernáculos. Según Levítico 23:23-24, este primer día de este nuevo mes era anunciado por medio del son de trompetas. Si aplicamos esto directamente a nosotros, podemos decir que la trompeta de la Palabra ha sido escuchada nuevamente, provocando un despertar espiritual en medio del remanente de creyentes fieles, aquellos que tienen oídos para oír lo que el Espíritu dice a la iglesias (Apocalipsis 2 y 3). Este primer día del séptimo mes fue un nuevo comienzo seguido del incremento de la luz; un tiempo en el que los caminos de Dios se acercan a su cumplimiento (el número siete connota perfección).
En Nehemías 8, el Día de expiación no es mencionado de manera particular, pero sí la Fiesta de los tabernáculos. Dicha fiesta era guardada por el pueblo de Dios durante siete días, de acuerdo al mandamiento que les era leído al segundo día (vv. 13-18), y era la última de las siete fiestas del Señor, ocasión propicia para mostrar gratitud y gozo a causa de todas las bendiciones recibidas en la Tierra prometida, para recordar la bondad de Dios hacia ellos y su redención de Egipto (Éxodo 23:16; Levítico 23:43; Deuteronomio 16:15).
En este primer día del séptimo mes, la Palabra de Dios tenía un lugar prominente en medio del pueblo de Dios. Esdras y sus asistentes se ubicaban en un púlpito de madera especialmente construido para ellos, y todo el pueblo mostraba reverencia cuando el libro de la ley era abierto (v. 5). Todos los que habían presenciado este acto se humillaron y se inclinaron a tierra (v. 6). ¡Qué impresionante debió haber sido observar esa escena! La gratitud y la reverencia que observamos en estas personas a causa de la lectura de la Palabra de Dios resulta para nosotros un hecho muy significativo. Además, vemos en los asistentes de Esdras una figura de algunos dones que el Señor ha dado a su Iglesia: los pastores y los maestros que explicaban la Palabra (vv. 4 y 7). El ministerio de la Palabra de Dios es un verdadero servicio levítico. Y como varios de sus nombres aparecen mencionados en nuestro pasaje, podemos aprender de esto que efectivamente Dios apreciaba la obra de cada uno de ellos.
Otro punto hacia el cual deseo atraer la atención es el impacto que provocó la Palabra de Dios en aquellos que la escuchaban. Pues el resultado de oír la Palabra fue para estas personas volverse hacedores de la misma. Por un lado, ellos se humillaban porque sabían de su infidelidad y comprendían que se habían apartado de Dios. Por eso se entristecían y lloraban al escuchar las palabras de la ley (v. 9). Pero, por otro lado, ellos se regocijaban en el Señor porque Él había concedido que hubiera un remanente de su pueblo. El resultado de obedecer la ley, la Palabra revelada por el Señor, fue tener gozo en abundancia (vv. 10,12,17). En este sentido, este pasaje presenta un parecido asombroso con Esdras 3, donde leemos que muchos daban gritos de alegría y otros lloraban en alta voz cuando se concretó la colocación de los cimientos del nuevo templo.
La Palabra de Dios, ¿no debería causar siempre en nosotros este doble impacto? Por un lado necesitamos ser exhortados y por el otro, consolados. Necesitamos humillarnos a nosotros mismos y al mismo tiempo ser fortalecidos y edificados en nuestra fe. El gozo del Señor es nuestra fortaleza (v. 10). La Palabra de Dios es dulce para nuestros paladares, aun cuando en nuestros corazones pueda producir endechas y tristezas piadosas (Ezequiel 2:8; 3:3; Apocalipsis 10:9-10). Volviendo a Nehemías, vemos que el interés por la Palabra de Dios no era una cuestión temporal. ¡Un solo día de estudios bíblicos no les resultaba suficiente! Al otro día tenían otra reunión (v. 13), durante la cual escudriñaban las Escrituras y hallaban las instrucciones concernientes a la Fiesta de los tabernáculos. Inmediatamente, ellos actuaban según lo aprendido y llevaban a cabo los preparativos a fin de guardar dicha fiesta. Como ya hemos mencionado, el Día de la expiación no es mencionado aquí, pero el remanente de Israel mostraba una amplia disposición para humillarse a sí mismo, tal como estaba indicado para tal día (cfr. Levítico 23:27-32), principalmente en el primer día del mes séptimo (v. 9). Para Israel, el cumplimiento de este gran evento es algo que aún pertenece al futuro. El gran Día de la expiación tendrá lugar cuando Cristo retorne de los cielos; en aquel día los suyos lo verán y reconocerán al que traspasaron, y se lamentarán (Zacarías 12:10). Después de esto, se celebrará la Fiesta de los tabernáculos: un milenio de gratitud y gozo a causa de todas las bendiciones que Dios ha preparado para su pueblo.
La reunión de la puerta de las Aguas resultaba en la celebración de la Fiesta de los tabernáculos, tanto en Jerusalén como en otros lugares. De manera que el llamado por medio de la trompeta a escuchar la Palabra de Dios tenía hermosos resultados. Y esto ocupaba siempre un momento central: día tras día, desde el primero hasta el último de la fiesta, Esdras leía del libro de la ley de Dios (v. 18). ¡Quiera Dios concedernos el mismo deseo de escuchar su Palabra, de manera que nuestro ruego siempre sea: «Hazme escuchar tu Palabra continuamente»!
Físicamente, podemos estar en el lugar según el pensamiento de Dios, apartados de los ídolos de Babilonia. Podemos levantar la mesa del Señor y reunirnos hacia Su nombre, reconociendo únicamente Su autoridad y la libertad del Espíritu Santo. Hasta quizá intentemos reconstruir la casa de Dios y la ciudad de Dios, el templo del Dios viviente, de manera que otros vean a la Iglesia tal como debería ser. Sin embargo, ¿redundaría todo esto para nuestro provecho, si al mismo tiempo no tenemos el deseo intenso de escuchar la Palabra de Dios y ser hacedores de ella? Porque, en definitiva, ésta es la actitud que caracteriza a un verdadero despertar espiritual.
Hugo Bouter