Las Características De Un Cristiano Inmaduro

 

 

 

“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo”.   

 

 

 

1 Corintios 3:1 Algunas personas piensan que un cristiano espiritual es una persona bastante trágica, anémica, apocada, suave, amable e inofensiva, que va por ahí con una sonrisa permanente en su rostro, y a la que nada puede provocar una indignación espiritual. No creo que ésta sea la definición bíblica de la espiritualidad. Si así fuera, no podríamos decir que Jesucristo, Juan el Bautista y Juan y Pedro fueron hombres espirituales.
El cristiano inmaduro ha sido regenerado, pero es inmaduro y espiritualmente imperfecto, con un desarrollo retardado. Es tan posible ser retrasado espiritualmente como lo es padecer de un retraso físico, espiritual y mental, es decir, tener las características de un bebé. Pablo usa la palabra “niño” en 1 Corintios 3:1, lo cual es una descripción anónima, como es la frase “niños en Cristo”.
Una iglesia de Cristo puede incluir al menos cuatro clases de personas. Tenemos al asistente medio, que viene siempre pero nunca se convierte. Viene y parece disfrutar, tiene amigos entre los cristianos, pero nunca ha pasado de muerte a vida. Ésa es una clase.
Hay otra, que es la de aquellos formados para ser cristianos pero que no lo son. Parecen cristianos porque han aprendido el lenguaje cristiano y pueden hacer determinadas cosas, dando a toda la impresión de que son cristianos de verdad. Por lo general los vemos a cargo de todas las actividades de la iglesia local.
Luego están los verdaderos cristianos, pero que son inmaduros. Nunca se han desarrollado para ser cristianos maduros, funcionales. Se encuentran en el mismo punto en que estaban cuando fueron salvos.
Afortunadamente, también hay cristianos verdaderos que además son espirituales. Lo triste es que en la mayor parte de las iglesias parecen ser una minoría.


Las características de un cristiano inmaduro

Quiero concentrarme en el cristiano inmaduro. Éste parece formar parte del grupo más grande de la Iglesia contemporánea. Sus miembros arrebatan a la Iglesia el poder y la influencia, contradiciendo la enseñanza clara de la Biblia. Pablo dijo que esas características no eran espirituales, sino inmaduras, y cuando esos rasgos figuran en los cristianos, son personas no espiriutales. La mejor manera de comprender esto es comparar al cristiano inmaduro con las características que tiene un bebé.

 

 

Egocéntricos

Permítame comparar a esos cristianos inmaduros con los bebés. Todo el mundo conoce bien las encantadoras payasadas de los bebés. Personalmente, me encantan los bebés. En nuestro hogar ya hemos tenido unos cuantos pequeñines adorables. Pero lo primero que detectamos en los bebés es su egoísmo.
El bebé dispone de un pequeño mundo propio, y no tiene ni idea de que existe otro mundo fuera del suyo. Es una personita egocéntrica, y todos los demás – mamá, papá, hermanos y hermanas – giran en torno a ese pequeño sol central. Todos los demás son sólo cuerpos insignificantes para el bebé. Define su mundo con las palabras “yo”, “mío” y otras parecidas.
Este es el concepto paulino del cristiano inmaduro, alguien que es egocéntrico, que vive una vida cristiana centrada en sí mismo. Está claro que ha nacido de nuevo, pero vive de tal manera que todo gira en torno a él o ella. La única importancia que tienen los demás está en función de las necesidades del bebé.

 


Orientados hacia los sentimientos

Otra característica de un bebé es que se ve afectado indebidamente por sus sentimientos. La calidad de vida de un bebé gira en torno a sus sentimientos. El más leve cambio en ellos tendrá una gran repercusión sobre la vida en general. Todo bebé reclama un entorno perfecto, entendiendo como tal, sencillamente, aquel que [sigue] completamente sus sentimientos. Un instante es un muchachito feliz, y al siguiente berrea como si se hubiera acabado su mundo. La evidencia siempre da paso a los sentimientos y a las emociones.
Normalmente sacamos una conclusión basada en la evidencia, en lugar de dejarnos llevar por los sentimientos. Los cristianos inmaduros tienden a vivir según sus emociones. Primero, deben tener lo que ellos llaman “un buen ambiente” en la iglesia, y entonces sí disfrutan. Si no hay buen ambiente, no lo pasan bien. Si eso sigue igual, buscarán otro lugar donde lo pasen mejor. Son más o menos víctimas y marionetas de su entorno.
Un bebé es víctima de su entorno, una víctima voluntaria, porque berrea como un toro cuando algo sale mal. Aunque a un bebé haya dejado de dolerle un dedo, seguirá llorando mucho después de que se le haya olvidado o ya no le duela, porque se ve afectado indebidamente por sus temores; o bien se divierte y se ríe porque sí, sin más motivo.
Con nuestra nieta Judith descubrí que si apoyaba mi nariz en la suya y balbuceaba, ella también balbuceaba y se reía la mar de divertida, y nos lo pasábamos bien juntos. Me pregunto qué tendrá eso de gracioso. No sé qué tiene de divertido, pero ella lo considera uno de los mejores ejemplos de humor que haya penetrado en su pequeño círculo de interés o de atención durante su año de vida. Ella y yo hacemos ese numerito y nos lo pasamos muy bien. Yo no creo que sea gracioso, pero es divertido ver lo bien que se lo pasa ella.
Los bebés están abatidos o se ríen a carcajadas sin motivo. Son víctimas de sus sentimientos y de sus sentidos, porque son inmaduros. Éste es también el rasgo distintivo de un cristiano inmaduro. Se anima y se desanima con demasiada facilidad. Llora cuando no hay motivo para ello y ríe cuando no es divertido. Al cabo de un tiempo, un cristiano debería aprender que las cosas no deben ser así.

 

 

Dependientes de lo externo

La tercera característica de un bebé es su propensión a descansar en todo lo externo. Un bebé carece de vida interior. Los psicólogos dicen que los bebés nacen sin mente, que van desarrollando a medida que crecen. No sé si será así, pero sí sé que nacen con capacidad intelectual, aunque sus pequeñas mentes estén vacías. Dele a un bebé un sonajero de colores y se entretendrá durante horas. A medida que se hacen mayores, su capacidad va aumentando, pero aun así no tienen vida interior. Descansan por completo en lo externo.
Éste es también un rasgo de un cristiano inmaduro. Vive demasiado en la religión visible, y depende de las circunstancias externas. Le gustan las luces de colores y los sonidos curiosos o atractivos, y el aspecto de determinados uniformes o decoraciones; todo lo que alimente su mente infantil llamándola desde fuera, de lo interno a lo externo.
Podemos estar tan seguros como de que estamos vivos que, en proporción al modo en que nos afecten las circunstancias externas, somos inmaduros. Porque Jesús dijo: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:23) No hay otro modo de que lo externo puede adorar perfectamente al Padre. El cristiano inmaduro no puede adorar sin sonajeros y juguetes religiosos; si no los tiene, se aburre y pierde interés.
Para un cristiano maduro, cualquier lugar desapacible es propicio para adorar si tiene el corazón en su sitio y el Espíritu habita en él. La adoración y la comunión con Dios pueden ser reales y sinceras, y la tranquilidad ser la misma, porque el cristiano espiritual no depende de lo externo.

 

 

Carentes de propósito

Otra característica de un bebé es su ausencia total de propósito. Un bebé ve una pelota y la quiere. No sabe qué es la pelota o qué hará una vez la consiga; pero quiere esa pelota roja que está justo fuera de su alcance. Aún no ha aprendido a gatear, de modo que debe pedirla llorando, y cuando la obtiene, se decepciona. No quería la pelota con ningún propósito concreto, y una vez la tiene no cumplirá ninguno. Por supuesto, esto es característico de los bebés.
Aunque son muy dulces –no querría que fuesen de otro modo, porque son lo más encantador del mundo– carecen de propósito en la vida. Pero cuando un niño crece un poco más y empieza a gatear y a decir cosas, comienza a apartar los objetos o a avanzar hacia uno determinado. Cuando llega a la adolescencia, ya habrá elaborado un propósito para su vida.
De la misma manera que un bebé no tiene propósito, veo que el cristiano inmaduro tampoco lo tiene. Vive para la siguiente lección. Quiere saber dónde estará el buen predicador, y va a escucharle. Quiere enterarse de dónde cantará ese coro tan estupendo, y va, se sienta y halaga su inmadurez escuchando a los mejores cantantes que encuentre. O bien quiere saber dónde se reúne el mayor número de personas, y la multitud le carga las baterías. Aquí no hay propósito alguno; nunca entró y cayó de rodillas para decir: “Dios, ¿para qué he nacido, y por qué he sido redimido? ¿Qué sentido tiene todo?” Su vida carece totalmente de propósito.

 

 

A. W. Tozer, capítulo 8 del libro Fe Auténtica, Editorial Portavoz
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