La fuerza del varón consagrado
¿Saben ustedes que el hombre más fuerte en todo el mundo es un hombre consagrado? Aun si se pudiera consagrar a un objetivo equivocado, si fuera una completa consagración, tendría fuerza, fuerza para el mal, pudiera ser, pero aun así, fuerza. En las antiguas guerras romanas contra Pirro, ustedes recordarán una antigua historia de abnegada entrega. Un oráculo había dicho que la victoria acompañaría a aquel ejército cuyo líder se entregara a la muerte.
Decio, el cónsul romano, sabiendo esto, se apresuró a entrar en lo más denso de la batalla para que su ejército pudiera vencer por su muerte. Los prodigios de valor que realizó son pruebas del poder de la consagración. En aquel tiempo cada romano parecía ser un héroe porque cada hombre era un hombre consagrado.
Iban a la batalla con este pensamiento: “Voy a vencer o morir; el nombre de Roma está escrito en mi corazón; estoy preparado a vivir por mi país, o a derramar mi sangre por él.” Y ningún enemigo podía hacerles frente jamás. Si un romano caía, no había heridas en su espalda porque todas estaban en su pecho. Su rostro, aun en la fría muerte, era como el rostro de un león, y cuando se le miraba era de un terrible aspecto.
Eran hombres consagrados a su país; tenían la ambición de hacer que el nombre de Roma fuera la palabra más noble del lenguaje humano y por consiguiente el romano se volvía un gigante. Y hasta este día basta que un hombre tenga un propósito en su interior—y no me importa cuál sea su propósito—y que su alma entera sea absorbida por él, y entonces, ¿qué no hará? Ustedes que tienen la visión que afirma: “todas las cosas por turnos y nada por mucho tiempo,” que no tienen nada por lo cual vivir, que son cadáveres sin alma que caminan en esta tierra y malgastan su aire, ¿qué pueden hacer? Pues nada. Pero el hombre que sabe a lo que está dedicado y que tiene su objetivo, se dirige velozmente a él “como una flecha arrojada desde un arco por un arquero vigoroso.” Nada puede apartarlo de su designio.
Cuánto más cierto es esto si limito la descripción a lo que es peculiar del cristiano: ¡la consagración a Dios! ¡Oh, qué fuerza tiene el hombre que está dedicado a Dios! ¿Hay uno de esos varones aquí? Sé que lo hay. Yo sé que pudiera haber muchos que se han consagrado al Señor Dios de Israel en el secreto de su alcoba, y que pueden decir en sus corazones—
“Ha sido concluida, la gran transacción ha sido concluida Yo soy de mi Señor, y Él es mío. Él me atrajo, y yo le seguí, Alegre de obedecer a la voz divina.”
Ahora, el hombre que puede decir eso y que está completamente consagrado a Dios, sea quien sea o lo que sea, es un hombre fuerte que habrá de hacer portentos. ¿Necesito hablarles de las maravillas que han realizado los hombres consagrados? Ustedes han leído las historias de tiempos antiguos, cuando a nuestra religión se le daba caza como a una perdiz en los montes.
¿Nunca oyeron cómo hombres y mujeres consagrados aguantaron dolores y agonías inauditos? ¿No han leído cómo los echaban a los leones, cómo fueron aserrados en mitades, cómo languidecieron en prisiones o se encontraron con una muerte más rápida a filo de espada?¿No han oí- do cómo andaban de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados, de los cuales el mundo no era digno?
¿No han oído cómo desafiaron en su cara a los tiranos, cómo, cuando los amenazaban, se atrevían a reírse de todas las amenazas del enemigo con gran valentía; ¿cómo, estando en la hoguera, aplaudían con sus manos en el fuego, y cantaban salmos de triunfo cuando hombres peores que demonios se mofaban de sus miserias? ¿Cómo fue eso? ¿Qué hizo que las mujeres fueran más fuertes que hombres y los hombres más fuertes que ángeles? Vamos, pues fue esto: ellos estaban consagrados a Dios.
Ellos sentían que cada dolor que desgarraba su corazón estaba dándole la gloria a Dios, que todos los padecimientos que soportaban en sus cuerpos no eran sino las marcas del Señor Jesús, por las cuales patentizaban que estaban enteramente dedicados a Él. Y no sólo en esto se ha evidenciado el poder de los consagrados.
¿No han oído nunca cómo los santificados han realizado portentos? Lean las historias de quienes no estimaron preciosa su vida para ellos mismos con tal de honrar a su Señor y Maestro predicando Su Palabra, exponiendo el Evangelio en tierras extrañas.¿No han oído cómo los hombres han abandonado su parentela y sus amigos y toda esa vida tan preciada, y han atravesado mares tormentosos y se han adentrado en las tierras de los paganos donde los hombres se devoraban unos a otros?
¿No se han enterado de cómo pusieron sus pies en aquel país y vieron que el barco que los había transportado desaparecía en la distancia, y con todo, sin ningún miedo moraron en medio de salvajes incivilizados de los bosques, caminaron en medio de ellos, y les contaron la simple historia del Dios que amó al hombre y murió por él?
Ustedes han de saber cómo esos hombres vencieron, cómo aquellos que parecían ser más fieros que leones se encorvaron delante de ellos, escucharon sus palabras, y fueron convertidos por la majestad del Evangelio que ellos predicaban.¿Qué hizo que esos hombres fueran héroes? ¿Qué los capacitó para que se separaran de sus familias y de sus amigos, y se desterraran en tierras de pueblos extraños? Fue porque eran consagrados, completamente consagrados al Señor Jesucristo.
¿Qué hay en el mundo que el varón consagrado no pueda hacer? Tiéntalo; ofrécele oro y plata; llévalo a la cima del monte y muéstrale todos los reinos del mundo, y dile que los tendrá a todos si postrado adorare al dios de este mundo. ¿Qué dice el varón consagrado? “¡Quítate de delante de mí, Satanás! Tengo más que todo esto que tú me ofreces; este mundo es mío, y los mundos venideros; yo desprecio la tentación; no me voy a postrar delante de ti.”
Si los hombres amenazan a un varón consagrado, ¿qué dice él? “Yo temo a Dios; por eso no puedo tenerles miedo; juzguen si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a Dios; pero, en cuanto a mí, yo no serviré a nadie más que a Dios.” Tal vez hayas visto en tu vida a un varón consagrado.
¿Se trata de una personalidad pública? ¿Qué es lo que no puede hacer él? Predica el Evangelio y mil enemigos lo asedian de inmediato; lo atacan por todos lados; algunos por esta razón y otros por aquella otra; sus virtudes reales son distorsionadas y son convertidas en vicios, y sus más ligeras faltas son magnificadas y son convertidas en los más grandes crímenes.
Casi no tiene amigos; los propios ministros del evangelio le rehúyen; es considerado tan raro que todo el mundo debe evitarlo. ¿Qué hace él? En el interior de la cámara de su propio corazón sostiene una conversación con su Dios, y se hace esta pregunta: “¿hago bien? La conciencia da el veredicto: sí, y el Espíritu da testimonio a su espíritu de que la conciencia es imparcial.
“Entonces”—dice—“venga lo bueno o venga lo malo, si estoy bien, no me voy a desviar ni a la derecha ni a la izquierda.” Tal vez sienta en secreto lo que no expresará en público. Siente el dolor de la deserción, de la deshonra y de la censura; clama—
“Si sobre mi rostro, por causa de Tu amado nombre, Recayeran la vergüenza y el reproche Saludaré al reproche, y daré la bienvenida a la vergüenza Si Tú me recuerdas.”
Por Charles Haddon Spurgeon