Esperanza
“Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo; he aquí que yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo, y sobre zafiros te fundaré, Tus ventanas pondré de piedras preciosas, tus puertas de piedras de carbunclo, y toda tu muralla de piedras preciosas” (Is. 54:11-12).
¡Que palabras! ¡Que consuelo¡ ¡Que esperanza¡ Marcan un profundo contraste entre un antes y un después. Son para el pueblo de Dios, no importa en que tiempo. Lo fueron para los que estaban cautivos en Babilonia, lo son para nosotros como pueblo de Dios. Las promesas de los versículos se concretan en las de Jesús para los suyos hoy. La gloriosa dimensión de la esperanza en la ciudad celestial es un reflejo perfecto de estas promesas. Sí, puedo tomarlas para mi hoy. Es la provisión de Dios en Su gracia para este momento.
Hay un profundo contraste en los textos. Primeramente una situación difícil. Se describe con tres palabras: pobre, fatigada, sin consuelo. Empobrecida porque no se puede salir de una determinada situación. Tal vez hemos gastado ya cuanto teníamos de capacidades humanamente hablando. Nos sentimos pobres porque a pesar de nuestras oraciones y súplicas, el cielo guarda silencio.
Acaso hemos perdido también la riqueza de la fe, que por el conflicto es como un pábilo que humea o como una caña quebrada. Todo esto ha generado una tremenda fatiga. Las fuerzas han desaparecido y estamos como sentados sin ánimos al borde del camino, cansados de luchar. Además, pudiera ser que hayamos estado buscando el consuelo de alguien que comprendiera nuestro estado y no lo hemos encontrado. La vida pudiera resumirse en tres palabras: pobres, fatigados, sin consuelo.
Pero esta situación difícil va a ser revertida. Dios promete intervenir para reedificar nuestras vidas. Aunque estemos en ruinas, y nos sintamos como desechos, seremos trasladados a un lugar que el Señor prepara para nosotros. Lo ha prometido y cumplirá Su promesa. La perfecta estabilidad dará paso a la movediza situación de hoy.
El lugar que prepara estará asentado no solo en firmeza sino también en belleza, comparados con carbunclos y zafiros. La gloria de lo que Dios prepara para nosotros excede a todo pensamiento. De un mundo sin belleza seremos trasladados al lugar más glorioso que podamos imaginar. Pero, además la fatiga desaparecerá para dar paso a la experiencia de un cuerpo glorioso, transformado para ser como el del Señor resucitado. Las aflicciones, las enfermedades, las debilidades, serán absorbidas por la inmortalidad, para venir al disfrute glorioso donde “la paz será multiplicada” (v. 13). Finalmente el poderoso consuelo de Dios enjugará nuestras lágrimas a perpetuidad. Allí veremos que todos los temores que el diablo despertó en nosotros son siempre falsedades. Sobre todo sabremos la verdad de que siempre hemos sido amados por Dios.
Tengo que apropiarme hoy de esta promesa. No puedo dudar de quien promete asentarme en paz perpetuamente. El me dice:
“Esta es la herencia de los siervos de Jehová y su salvación vendrá de mí” (v. 17b). Tomo tu promesa como la más preciosa herencia porque es “el gozo de mi corazón” (Sal. 119:111).