El cristiano y la política
¿Conviene que un creyente en Jesucristo se involucre en la política?
Entiendo que el político es uno que se caracteriza por un interés marcado y continuo en el gobierno civil de su país y del mundo en general. Alaba a los gobernantes cuando cree que lo merecen y los condena cuando piensa que no han actuado apropiadamente. Protesta en voz alta contra la injusticia, corrupción y cualquier abuso de la libertad. Resiste, en cuanto la ley permite, las acciones que a su juicio perjudican a la ciudadanía. Ejerce sus derechos como ciudadano para influenciar el gobierno de turno y, si la oportunidad se presentara, se incorporaría en ese gobierno para ejercer poder en pro de una administración ajustada a los conceptos que profesa.
Señor Jesús el modelo
¿Cómo, entonces, podemos saber si este patrón de conducta es apropiado para un creyente en Cristo? Al mirar a Jesús cual modelo. La vida suya es la guía para nosotros en todo; Él nos dejó ejemplo para que sigamos en sus pisadas, 1 Pedro 2.21. Todo lo que hizo complacía al Padre: «Yo hago siempre lo que le agrada”, Juan 8.29. Si toda perfección se encontró en él, lo que Él no quería hacer tampoco nos conviene a nosotros.
¿Y era político? ¿Se interesó por las actividades políticas de su país, o agitó a favor de cambios en la administración de la justicia? ¿Jesús se hizo defensor de los derechos ciudadanos de los presos políticos de su tiempo, o dio discursos condenando la corrupción administrativa? ¿Se ofreció para encabezar una plancha política o un movimiento de presión social?
Su conducta fue todo lo opuesto a la de un político. Si hubiera sido un activista en cuestiones civiles, las circunstancias de su día le hubieran proporcionado un sinfín de causas. Fue mientras estaba aquí que desaparecieron las últimas sombras de libertad para los judíos y su país sintió más que nunca el apretón del puño romano. Semejante estado de cosas hubiera movido el corazón de cualquier activista en asuntos cívicos, pero en las historias en los cuatro Evangelios leemos sólo las referencias más secundarias al trasfondo político de aquellos eventos.
Cuando una u otra oportunidad se presentó para que el Salvador manifestara convicciones políticas, Él nunca las aprovechó. «Maestro, dí a mi hermano que parta conmigo la herencia”, dijo uno en Lucas 12.13. Un político se hubiera metido en el conflicto, pero Jesús no quiso saber nada de la disputa, y habló más bien de la avaricia. «¿Quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?» Si Él no, nosotros menos.
Juan el Bautista, precursor del Salvador, el mayor de los hombres que había nacido de mujer, muere víctima de las artimañas de una princesa adúltera y un rey por demás impío. ¿Cómo reacciona Jesús? ¿Levanta protesta o predica contra los homicidas? No. Juan es encarcelado y Jesús nada dice; Juan muere y Jesús nada dice. Son los discípulos del Bautista que se encargan del entierro.
Pensemos en aquel relato de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos, Lucas 13. Eso fue un crimen contra la nación, un escándalo de mayores proporciones. Fue un abuso contra la religión además de un atropello a la dignidad humana. Tremenda oportunidad había para forjar una oposición unánime a la tiranía romana. ¡Un pagano se había manchado las manos con la sangre de los adoradores de Dios en el templo nacional! Supongamos que en nuestros días el ejército entrara en una iglesia para fusilar a los feligreses arrodillados ante el altar. ¡Qué protesta habría! ¡Qué oportunidad para un político lanzarse como defensor de la libertad, religión, paz y justicia!
¿Pero Jesús? Ningún pronunciamiento político; ninguna intervención en el asunto. Sólo una advertencia acerca de la condición espiritual de los sobrevivientes: «Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Impuestos y corrupción
Tome la cuestión del abuso fiscal y las prácticas de los malvados publícanos en cobrar impuestos exagerados de sus conciudadanos, repartiendo el botín con los romanos tan odiados. «Vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas”, Mateo 17.24. Jesús establece su exoneración pero también realiza un milagro para satisfacer el requisito.
Sus contemporáneos plantearon la pregunta si era lícito dar tributo al emperador romano. Solicitaron la opinión del Señor, presentándole una oportunidad excelente para hacer saber sus tendencias políticas. Detrás de la consulta estaba la cuestión del derecho de los romanos a gobernar sobre Judea, gravando sus habitantes por decisión unilateral, oprimiendo sus libertades a la vez. El César de turno en Roma era un disoluto, hombre cruel y homicida. Con todo, Jesús exhorta a sus oyentes pagar tributo a un idólatra, consciente de que éste podría aplicar los ingresos a mantener la idolatría.
Jesús, pues, no era ningún político. ¿Soy discípulo suyo? Si lo soy, tampoco debo ser político. «Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor”, Mateo 10.25.
Si Jesús no intervino en cuestiones del gobierno civil, es porque semejante conducta no agradaría al Padre. El Señor no participó en la política ni aprobó la participación de otros. Es una actividad que no me corresponde como cristiano; de otra manera, el carácter de mi Señor era imperfecto. Pero su perfección es mi modelo, y por esto debo rehusar la actividad política. No soy del mundo, como tampoco era Él del mundo, Juan 17.16.
Pablo un ejemplo
¿Pero acaso Pablo no se valió de su ciudadanía romana cuando iba a ser azotado? Hechos 22.28,29. Estando su vida en peligro, ¿no apeló a César? 25.11. Es verdad, y al cristiano le es permitido, entonces, valerse de las salvaguardas en la ley cuando las acusaciones legales en su contra podrían resultar en daño o muerte. Pero ninguno de estos dos puntos forman parte del carácter del político como lo hemos descrito.
Tome como ejemplo el caso sobresaliente. Enemigos del evangelio llevan a Pablo y Silas ante los gobernantes en Filipos. Los magistrados, sin concederles audiencia o cumplir con el justo procedimiento legal, mandan a que sean azotados y encarcelados, Hechos 16.19 al 24.
¿Qué hubiera hecho un político en este caso? Él hubiera llevado su protesta a Roma, acusando a esos tiranos de haber pisoteado derechos constitucionales, reclamando que la policía en todo el imperio respete a los ciudadanos romanos. ¿Pablo lo hace? No. Exige, ciertamente, que los carceleros no despachen a los dos encubiertamente, sino que los mismos magistrados expidan el boleto de excarcelación de rigor. Pero no demanda una confesión de haber faltado ellos ni les denuncia a sus superiores. Un político hubiera sacado partida del suceso, pero el apóstol Pablo no.
Mandamientos y doctrina
El cristiano es un extranjero y peregrino sobre la tierra, viviendo en espera de una ciudad celestial, Hebreos 11.13,16. Como extranjero y peregrino, vive entre los que murmuran contra él pero consideran sus buenas obras, 1 Pedro 2.12. Él entiende que Dios «visitó» a los gentiles, para tomar de entre ellos un pueblo para su nombre, Hechos 15.14. El cristiano no se ocupa de la política porque no le interesa ni le corresponde. Su ciudadanía está en los cielos, de donde también espera al Salvador, al Señor Jesucristo, Filipenses 3.20
El cristiano entiende que los pueblos y gobiernos en naciones desarrolladas reclaman y profesan la justicia, pero que él está llamado a mostrar más bien la misericordia. Oye a sus prójimos clamar: «Ojo por ojo, y diente por diente”, pero no resiste al que es malo; a cualquiera que le hiera en la mejilla derecha, le vuelve también la otra, Mateo 5.38,39. El político no prosperará así.
El cristiano lee en su Biblia que debe sufrir el agravio. El mundo ha de ser juzgado por los suyos, de suerte que cualquier intento a enderezarlo ahora sería prematuro; 1 Corintios 6.4 al 11. El mandamiento que ha recibido es: «Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que le tomó por soldado”, 2 Timoteo 2.3,4.
En fin, el cristiano no se involucra en la política porque ha aprendido el sentido profundo de las palabras de su Salvador y Señor: «Deje que los muertos entierren a sus muertos, y tú, vé y anuncia el reino de Dios”, Lucas 9.60.