Aflicciones transformadas en bendiciones
Dyer dice: «Las aflicciones son bendiciones para nosotros cuando podemos bendecir a Dios por las aflicciones. El sufrimiento ha evitado que muchos pequen. Dios tuvo un Hijo sin pecado; pero no tuvo ninguno sin aflicción. Las tribulaciones de fuego hacen cristianos acrisolados; las aflicciones santificadas son progreso espiritual».
Rutherford escribe con referencia al valor de la tribulación santificada y de la sabiduría de someterse a la voluntad de Dios en ella: «¡Oh, cuánto le debo a la lima y al martillo y a la fragua de mi Señor Jesús, que me ha dejado ver cuan sabroso es el trigo de Cristo, hecho pan para su mesa a través de su molino y su horno! La gracia probada es mejor que la gracia en sí; y es más que gracia: es gloria en sus comienzos.
Y ahora veo que la piedad es más que lo externo y que los adornos y espejuelos del mundo. ¿Quién conoce la verdad de la gracia sin conocer la tribulación? ¡Oh, cuan poco obtiene Cristo de nosotros, de no ser lo que consigue (por así decirlo) con mucho trabajo y sufrimiento! Y ¡cuan pronto se marchitaría la fe sin una cruz! ¡Cuántas cruces mudas han sido puestas sobre mis hombros que no tenían lengua para contar de la dulzura de Cristo, y ésta la tiene! Cuando Cristo bendice sus cruces dándoles lengua, respiran el amor de Cristo, su sabiduría, ternura y cuidado para nosotros. ¿Por qué debería de sobresaltarme si el arado de mi Señor está haciendo profundos surcos en mi alma? Sé que no es un labrador ocioso; Él se propone recoger cosecha. ¡Oh, que este terreno yermo pueda ser hecho fértil para dar una abundante cosecha para El, que lo ha cultivado con tanto esmero, y que este barbecho sea roturado! ¿Por qué me sentí yo (¡un insensato!) agraviado por el hecho que Él pusiera una guirnalda de rosas sobre mi cabeza, la gloria y el honor de ser un fiel testigo? Ahora ya no deseo hacer más rogativas ni peticiones a Cristo.
En realidad Él no me ha hecho perder nada por lo que sufro ahora; no me debe nada; porque mis cadenas son dulces y cómodas, pues sus pensamientos están conmigo, en los cuales hallo recompensa suficiente y premio! ¡Cuan ciegos son mis adversarios que me han enviado a la casa del banquete, a la bodega, al festín exquisito de mi amado Señor Jesús, y no a una cárcel o al destierro!».
Podemos cerrar nuestros comentarios del tema con estas palabras del profeta Jeremías, en Lamentaciones: «Bueno es Jehová para los que en Él esperan, para el alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová. Bueno le es al hombre llevar al yugo desde su juventud. Que se siente solo y calle, porque es él quien se lo impuso; ponga su boca en el polvo por si aún hay esperanza; dé la mejilla al que le hiere, y sea colmado de afrentas. Porque el Señor no desecha para siempre; sí aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias porque no humilla ni aflige por gusto a los hijos de los hombres… ¿Quién será aquel que haya hablado y las cosas sucedieron? ¿No es el Señor el que decide? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por qué se lamenta el hombre? ¡Que sea un valiente contra sus pecados! Escudriñemos nuestros caminos, y examinémoslos y volvámonos a Jehová; levantemos nuestros corazones sobre nuestras manos al Dios que está en los cielos» (Lamentaciones 3:25-33; 37-41).
Tomado del Libro [La oración que prevalece Pág. 39]
D.L Moody