El pozo de Belén
La hermosa historia de los tres hombres que sacaron agua del pozo de Belén es precedida por el relato de las grandes proezas de tres poderosos hombres, los más poderosos entre los hombres de David. No hay datos ciertos que nos permitan asegurar que ellos sean los mismos que los que irrumpieron en las filas de los filisteos para sacar agua del pozo de Belén. Sin embargo, sí es importante marcar la diferencia entre aquellos grandes hechos y el servicio que fue rendido a David trayéndole agua sacada de dicho pozo.
Adino era el principal entre los capitanes. Su nombre significa “adorno”. Indudablemente, este hombre había logrado para sí una posición elevada y favorecía mucho al rey, pues había vencido a ochocientos de los enemigos de David, de una sola vez (v. 8).
Eleazar había derrotado a los filisteos en el día en que los hombres de Israel se habían alejado. Con una sola mano se había levantado y derrotado al enemigo, y cuando la victoria estaba asegurada, el pueblo de Israel — que lo había dejado solo frente al enemigo—, “volvió en pos de él”, pero sólo para “recoger el botín”. El Señor concedía así un gran triunfo por medio de Eleazar, gracias a lo cual los israelitas pudieron repartir los frutos de esa gran victoria (vv. 9, 10).
Sama se había hecho famoso porque mientras todos huían de los filisteos que se querían apoderar de un terreno de lentejas, él “se paró en medio de aquel terreno y lo defendió, y mató a los filisteos…” (vv. 11,12).
Al considerar estos diferentes tipos de conflictos por los que tuvo que atravesar el pueblo del Señor, vemos que hay diferentes formas de servicios. Hay tiempos en los que el Señor llama para atacar las fuerzas del mal, como en el caso de Adino. En otras oportunidades, el conflicto sirve para ganar un botín, como en el caso del día de la victoria de Eleazar. Por último, hay momentos en los que somos llamados a permanecer firmes en nuestro terreno para actuar a la defensiva, tal como la proeza de Sama.
Estos poderosos hechos han sido muy importantes en el tiempo oportuno. Sin embargo, tanto en los días de David como en nuestros días, hay algo que caracteriza dichas acciones: ellas son para beneficio de todo el pueblo y para la gloria del rey. No obstante, cuando analizamos el accionar de los tres poderosos hombres que fueron a sacar agua del pozo y cuál era su objetivo, nos damos cuenta de que se trata de un servicio muy distinto. Si las victorias anteriores, como ya hemos considerado, tenían como objeto la bendición para el pueblo, este conmovedor servicio, en cambio, es realizado únicamente para provecho del rey.
Estos tres poderosos hombres “vinieron en tiempo de la siega a David en la cueva de Adulam” (v. 13). Ellos dejaban el mundo justamente en el día de la abundancia a fin de identificarse con David en el día de su pobreza y reproche.
David estaba en la cueva, y afuera estaba la guarnición de los filisteos ocupando el lugar que antiguamente había sido su hogar.
Él piensa en el pozo que está junto a la puerta de Belén, del cual seguramente había bebido agua en su juventud, y entonces expresa su deseo de beber del agua refrescante del pozo. “¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!”, exclama David. No se trata de un mandamiento que demanda obediencia; tampoco es el llamado a un servicio; es la expresión de su más profundo deseo. Sin embargo, la expresión de este deseo provoca un acto de amor de parte de los suyos, y lo provoca de una manera tal que jamás lo hubiera logrado ningún mandamiento.
Quizá muchos habrían aceptado arriesgar sus vidas para llevar a cabo algún servicio que beneficiara a todo el reino; pero, estos poderosos hombres estaban listos para enfrentar la muerte únicamente a fin de complacer los deseos de David. Ellos irrumpieron en el campamento de los filisteos, tomaron agua del pozo y se la trajeron a David. Este acto de devoción complace el corazón del rey, quien piensa que el Señor es el único digno de recibir tal sacrificio. Por lo tanto, rehúsa beber del agua y la derrama para el Señor.
En nuestros tiempos, y según los principios espirituales que rigen para los hijos de la luz, quizá sepamos cuándo debemos atacar los poderes del mal o cuál es el momento propicio para repartir el botín del enemigo, o si realmente lo que corresponde es que debamos permanecer firmes a la defensiva ante los ataques contra la verdad. Puede ser que podamos pelear las batallas del Señor, pero, ¿acaso conocemos en profundidad este servicio tan elevado que implica hacer algo sólo para el corazón de Cristo? “¡Quién me diera…!”, dice David. ¿No hay momentos en los que deberíamos darle algo únicamente a Aquel que ha dado todo por nosotros? Tal como sucedió en Betania, en el día del Señor, cuando algunos hicieron algo por Aquel que había hecho tanto por ellos: “Y le hicieron allí una cena” (Juan 12:2). Prepararon una cena para Aquel que preparaba una fiesta para el mundo entero. ¿Nos damos cuenta de que poseemos el privilegio realmente excepcional de poder darle a Cristo algo que llene de gozo su corazón?
¿Acaso María no ofrecía este elevadísimo servicio cuando ella, seis días antes de la Pascua, ungía los pies del Señor con un perfume de mucho precio y los enjugaba con sus cabellos? ¿No estaba ella, ante el odio de los enemigos y las murmuraciones de los amigos, refrescando el corazón del despreciado y rechazado Hijo de David, contra quien, en ese preciso momento, el mundo estaba conspirando para asesinarlo?
Y así como el agua que habían conseguido aquellos hombres fieles era derramada ante el Señor, así también el perfume de María era derramado ante el Señor como olor fragante. Y la casa en la que ellos estaban se llenó del olor del perfume.
La expresión de David, “¡Quién me diera…!”, ¿acaso no es un débil anticipo del pedido del Señor: “Haced esto en memoria de mí”?
Cuando respondemos a este pedido, no estamos peleando las batallas del Señor, tampoco repartiendo el botín ni defendiendo la verdad, sino que realizamos algo enteramente para Cristo; es un servicio que ofrecemos para Su corazón, respondiendo a Su amor.
Que podamos comprender mejor qué significa sacar agua del pozo y derramarla ante el Señor para el gozo de su corazón.