El alma abatida
¿Por qué te abates, oh alma mía,Y te turbas dentro de mí?Espera en Dios; porque aún he de alabarle,Salvación mía y Dios mío. Salmos 42:5
Este es un salmo escrito por un hombre envuelto en un profunda lucha personal. En el versículo 3, el salmista describe su condición: «Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche». En el versículo 6, con una franqueza que nos asombra, confiesa: « Dios mío, mi alma está abatida en mí» .
Para muchos de nosotros, la depresión es inadmisible en quienes pertenecen al pueblo de Dios. ¿Cómo alguien que tiene acceso al poder ilimitado del Dios de los cielos y la tierra puede llegar a estar deprimido? Creyendo que esto es un pecado, nos esforzamos por mostrar esos valientes -pero huecos- despliegues de triunfalismo que pretenden convencer a los demás que estamos viviendo la victoria de Cristo cada día.
La verdad es que la vida con frecuencia nos lleva por caminos en los cuales experimentamos toda la gama de emociones y sentimientos que son propios de nuestra frágil humanidad. En la honesta confesión del salmista no encontramos otra cosa que la sincera expresión de sentimientos con los cuales todos hemos luchado en ocasiones. ¡Hasta el Hijo de Dios no se vio librado de ellos! Frente a la inminencia de la muerte, confesó a sus más íntimos: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte». (Mt 26.38 ).
El problema no está en experimentar estos sentimientos. Ellos son la reacción de nuestra alma a situaciones adversas y tristes; normales en cualquier persona. La complicación radica en la tendencia a dejar que nuestros sentimientos sean los que gobiernan nuestra vida. Es precisamente en esto que muchos cristianos caen. Ceden frente a los sentimientos de abatimiento, angustia, tristeza y desánimo y esto los lleva a abandonar la oración, la congregación y su devoción a Dios. Esto, a su vez, produce aún mayor depresión.
Nuestros sentimientos son inestables, cambiantes y poco confiables. Piense en todas las cosas que tenemos que hacer cada día, y no podemos depender de lo que sentimos. Sólo salir de la cama cada mañana implica, para algunos, ¡librar batalla con las emociones! No obstante, hacemos caso omiso del revoltijo interior y sacamos el pie de la cama.
El salmista reconocía el peligro de permitir que sus sentimientos comenzaran a dirigir su vida, y él mismo confrontaba con disciplina a su corazón: «¿Por qué te abates, oh alma mía,Y por qué te turbas dentro de mí?» Luego, con tono firme, le dio una orden: «Espera en Dios; porque aún he de alabarle,Salvación mía y Dios mío.». Esto es imponer los principios eternos de la Palabra sobre los sentimientos pasajeros del momento. Muchas veces, como creyente, usted tendrá que dar este ejemplo de disciplina a los suyos.