Tu hermano ha venido: Compañerismo con el arrepentido
Esta fue la respuesta del criado al hermano mayor. ¡Cuántos millares se han unido al gozo del hijo pródigo porque ellos mismos se han considerado pródigos también! El criado estaba contento por la recepción que se le había hecho al hijo pródigo; no había envidia ni egoísmo dentro de la casa. El pródigo, su padre, los jornaleros, los siervos y los criados, todos estaban de fiesta celebrando el nuevo nacimiento, la resurrección, el encuentro y el regreso del que había estado perdido. Léase de nuevo la historia en Lucas 15:11-32.
El tema aquel día era que “el que se había perdido es hallado”. Pero al hijo mayor no le agradó que su hermano hubiera venido, no le gustó que su padre lo hubiera recibido así. Para él, su hermano ha debido ser echado fuera y puesto en el lugar de los jornaleros. Así parece que hay los que sienten más regocijo con el hermano muerto que con el arrepentido y vuelto en sí.
Hay los que llevan este nombre de hermano, pero son como el avestruz, privado de inteligencia. (Job 39:13-18) Es posible que los primeros sean privados del amor, pues “todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por Él”. (1ª Juan 5:1)
Hay hermanos que no sienten ningún regocijo con el regreso y recepción del caído. Las faltas de los otros las ven con lentes de aumento y son capaces de hacer leña del caído. Esos hermanos son de dos clases:
Hay los que nunca han caído en público y en su altanería hablan, “No soy ni aun como este publicano”. (Lucas 18:9-14) Algunos se esconden en el anonimato y escriben acusaciones tan injuriosas que parece que nunca han conocido a Dios, o piensan que nunca van a ser descubiertos para dar cuenta de sus palabras. ¿Quién sabe qué cosas se permitirán en el secreto que serían muy bochornosas en público? “Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? O también ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el Tribunal de Cristo”. (Romanos 14:10)
Otros son los que tan pronto han olvidado la caída de ayer, que llegan a ocupar el lugar de jueces o acusadores, ignorando su propia cuenta. “Este si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”. (Lucas 7:36-50) Tan pronto olvidan la cuenta que le fue perdonada ayer. (Mateo 18:32,33) Tienen un espíritu de crítica destructiva, en vez de ayudar y animar al caído lo cubren de lodo. “Más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él”. (2ª Corintios 2:7,8)
“Tu hermano ha venido”. Considérale, traerá las amargas experiencias y las huellas del pecado que deja la desobediencia, te dirá con tristeza: “Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad”. (Salmo 81:11)
“Tu hermano ha venido”. Puede ser que su levantamiento sea de gran ayuda para otros. “Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. (Lucas 22:31,32) Pero algunos son envidiosos, y este pecado conduce al egoísmo. Tienen envidia del don o la capacidad de aquel; creen que sus propios privilegios van a ser menguados o compartidos. “Cuando ellos vieron de lejos (a José) antes que llegara cerca de ellos, conspiraron contra él para matarle. Y dijeron el uno al otro: He aquí viene el soñador”. (Génesis 37:18,19) Hace más daño la envidia de los religiosos que la de los perversos hermanos de José, porque siempre habrá un descendiente de Judá, el Señor Jesucristo, que librará al hermano de la cisterna de la muerte.
La envidia de los religiosos es mal dañino. La parábola de los labradores malvados fue dirigida a los religiosos. Aquellos labradores eran el propio pueblo del Señor, sus hermanos, y al ver venir al Señor dijeron: “Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra. Y le echaron fuera de la viña y le mataron”. (Lucas 20:14,15) ¡Gracias a Dios que Él murió y resucitó para que nosotros podamos tener suerte en su heredad! Hoy día no se matan a los hermanos así, sino con la espada perversa de la lengua que corta orejas y troncha lenguas que pudieran testificar de su Señor.
Esto no es una defensa al “pecador que destruye mucho bien”. (Eclesiastés 9:18) Pero sí es compañerismo con el que como el hijo pródigo muestra por arrepentimiento y confesión que trae su corazón en la mano para hallar consuelo y comunión.
Mis opiniones expresadas no están en desacuerdo con la disciplina en 1ª Corintios 5:11, Romanos 16:17,18, 1ª Tesalonicenses 3:14 y 1ª Timoteo 5:20.
Cuando un hermano en la fe tropieza
Leer Gálatas 6.1-5
El Señor no quiere que los miembros de su cuerpo vivan separados; los creyentes están destinados a funcionar como una familia en la que cada uno se preocupa por el otro. Una de nuestras responsabilidades como parte de la familia de Dios, es acercarnos al hermano que haya tropezado.
Pablo especifica que los “espirituales” deben restaurar a los caídos a la comunión con el Padre y con la familia de la fe. “Espiritual” no significa un grupo de líderes; se refiere a cualquier cristiano que esté viviendo bajo el control del Espíritu. Un elemento clave en este proceso es la actitud de la persona que busca restaurar a un hermano.
Un espíritu de gentileza: Este no es un tiempo para la dureza, la ira, el juicio o la condenación. Nuestro objetivo no es amontonar dolor y culpabilidad sobre un hermano que sufre, sino mostrarle misericordia y perdón (2ª Cor. 2.5-8).
Un espíritu de humildad: Quienes tienen una actitud de superioridad desprecian a un hermano caído, y piensan: Yo jamás cometería esos errores. Pero los humildes conocen su propia vulnerabilidad. En vez de juzgar a los demás, examinan sus propias vidas para reconocer y lidiar con su debilidad.
Un espíritu de amor: Si amamos a los demás, estaremos dispuestos a compartir su carga. Esto requiere una inversión abnegada de nuestro tiempo, energías y oraciones a favor de ellos.
¿Cómo reacciona usted cuando un hermano ha tropezado? Uno de los peores rasgos humanos es nuestra tendencia a sentirnos mejor en cuanto a nosotros mismos cuando otra persona yerra. En vez de compartir el chisme, deje que su corazón sangre, y acérquese para darle su amor y ayuda.C.F. Stanley
La eficacia del amor
En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. 1ª Juan 4.18
Un indicio de la forma incorrecta en que nos fue administrada la disciplina durante nuestra niñez es que hoy, de adultos, vemos toda disciplina con ojos negativos. En demasiadas ocasiones la disciplina que impone un padre sobre su hijo está contaminada con la ira, produciendo un efecto de castigo desmedido, en lugar de corrección y restauración. Como resultado el niño no desobedece, motivado mayormente por miedo. Si bien esta motivación puede ser medianamente eficaz durante la niñez, a medida que una persona va creciendo debería producirse un proceso de maduración en su ser interior que lleve a la obediencia por decisión propia, no impuesta.
El texto de hoy nos da una clara indicación de la razón por la cual este estado es deseable en los hijos de Dios. La obediencia por temor libra a la persona del castigo, pero carece del poder necesario para producir en su vida una transformación profunda.
Es importante que nosotros reconozcamos la clara diferencia que existe entre los dos caminos. En demasiadas congregaciones se intimida a las personas, por medio de una serie de amenazas disfrazadas de espiritualidad, para que obedezcan los deseos de los que están al frente del ministerio. Esto producirá, en un amplio sector de la congregación, suficiente temor como para garantizar actitudes de sumisión al liderazgo. Una minoría que se resiste a ser presionada de esta manera, cuestionará las intenciones de los líderes y, con el tiempo, terminarán por irse de la congregación. El ambiente de temor en la congregación casi siempre llevará a que se tilde a este último grupo de «rebeldes».
Nuestro llamado principal no es asegurar la lealtad de la congregación a nuestra persona o a la institución a la cual pertenecemos. Hemos sido llamados a participar del ministerio de la transformación, que es la prioridad del Espíritu de Dios. Trabajamos y nos esforzamos para presentar a todo hombre «perfecto en Cristo Jesús» (Col. 1.28). Es imposible llevar a cabo este cometido si los únicos instrumentos que utilizamos son la intimidación y el castigo. Esta era la herramienta preferida de los fariseos y toda una sociedad daba testimonio de la poca eficacia que tenía a la hora de producir cambios en la vida de las personas.
Solamente un puñado de fanáticos podían realmente cumplir con la interminable lista de requisitos para ser «aceptables» delante de Dios.
Note, en el ministerio de Cristo, cuán eficaz era el amor. Logró la dramática transformación de un endurecido materialista como Zaqueo. Produjo el quebranto de una prostituta, despreciada y condenada, que se echó a besar sus pies en una cena pública. Trajo vida nueva a un puñado de guerrilleros cuyo idioma era el odio y la venganza. Ablandó el corazón de una mujer que había caído en adulterio. El amor es el instrumento más poderoso sobre la faz de la tierra y debe, por esta razón, ser el medio predilecto de todos aquellos que están sirviendo en el ministerio.
Para pensar:
La madre de un amigo solía decir: «es más fácil cazar moscas con miel, que con vinagre». ¡Qué gran verdad!