LA IGLESIA EN UN DÍA DE RUINA
La primera epístola a Timoteo presenta la casa de Dios en orden conforme al pensamiento de Dios, la segunda epístola presenta la casa cuando esta ha sido arruinada por el fracaso del hombre, y en su ruina, es asemejada a «una casa grande» en la cual «no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles.» (2ª Tim.2:20). El creyente que una vez ha visto la verdad de la asamblea como la casa de Dios desplegada en las Escrituras, puede decir, «no veo nada sobre la tierra que responda a la verdad.» ¡Cuán y tristemente verdadero es esto! En un día de ruina la verdad de la casa de Dios solo puede ser conocida en una manera abstracta, no habiendo ninguna expresión concreta de la verdad. Todo lo que actualmente puede verse en la cristiandad, es «una casa grande» conteniendo vasos para honor y deshonor. Esto levanta otras preguntas en las mentes de los creyentes que desean andar en obediencia a Dios: ¿da la palabra de Dios algunas direcciones para el pueblo de Dios en días de ruina? ¿Hay luz en cuanto a cómo y con quienes debemos andar en un día cuando la cristiandad se ha corrompido? Aunque grandes las dificultades u oscuro el día, no es posible pensar que Dios deje a Su pueblo sin luz suficiente para su camino a través de este mundo. A causa de la falta de espiritualidad podemos fallar en discernir la luz; a causa de falta de consagración podemos fracasar en andar de acuerdo a la luz, o por apatía podemos ser completamente indiferentes a esto; sin embargo podemos estar seguros que la palabra de Dios provee plena luz para nuestro camino.
Hay tres hechos de primera importancia para nuestras almas, si deseamos andar a través de este mundo de acuerdo al pensamiento de Dios.
Primero, tenemos que aprender que, aunque grande como pueda ser nuestra inteligencia natural, y cuan elevado pueda ser nuestro conocimiento de las Escrituras, y sinceros los deseos de nuestra alma, no podemos, si confiamos en nuestros propios pensamientos, encontrar el camino de Dios para Su pueblo en medio de la confusión de la cristiandad. No somos competentes para encontrar nuestro camino a causa de las crecientes dificultades del camino, para hacer frente a la continua oposición a la verdad, o para resolver las variadas preguntas que constantemente se producen.
Pero, segundo, habiendo descubierto nuestra completa incompetencia, seremos grandemente auxiliados para aprender que no somos dejados a encontrar nuestro propio camino lo mejor que podamos ya que Dios nunca espera que tengamos alguna competente sabiduría en nosotros mismos para andar conforme a Su pensamiento. El Señor podía decir, «sin mi nada podéis hacer.»
Tercero, es un muy gran día cuando descubrimos la rica provisión que Dios ha hecho en vista a que podamos ser inteligentes en cuanto a Sus pensamientos. Primero, tenemos una Cabeza en el cielo, Cristo en gloria es la Cabeza del cuerpo, la iglesia, y toda sabiduría está en la Cabeza, de manera que aunque no tenemos sabiduría en nosotros mismos, tenemos la plena sabiduría de Cristo. Uno verdaderamente ha dicho, «Cristo nos ha sido hecho sabiduría, es decir inteligencia. Solo Él puede guiar a los hombres a través de las perplejidades de este mundo de confusión moral, donde no hay camino.» Entonces es de primera importancia abandonar nuestras propias cabezas y mirar a Cristo como «Cabeza» para guiarnos. Si confiamos en nuestras propias cabezas, no estamos «aferrándonos a la Cabeza» (Col. 2:19)
Segundo, el Espíritu, una persona divina, está sobre la tierra. El Señor sabía bien que Su pueblo no sería capaz de sostenerse a si mismo en un mundo del cual Él está ausente; de esta manera, antes de partir, Él podía decir, «y Yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador, que pueda permanecer con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad» (Jn.14:16,17).La preservación y el mantenimiento de la verdad no de depende de los santos, sino de la permanencia del Espíritu de verdad.
Tercero, tenemos las Santas Escrituras dadas por inspiración de Dios y provechosas para doctrina, reprensión, corrección, instrucción en justicia: para que el hombre de Dios pueda ser completo, completamente preparado para toda buena obra» (2ª Tim. 3:16,17). Leemos que la «casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente» es «columna y baluarte de la verdad;» pero, cuando la casa de Dios ha venido a ser una ruina, y no tenemos más la verdad vivamente manifestada en la iglesia, el hombre de Dios aun tiene la infalible autoridad de las Escrituras por medio de las cuales probar todas las cosas. Ahora debe ser manifiesto que ninguna ruina en la cristiandad puede por un solo momento alterar a Cristo, o el Espíritu, o las Escrituras. Cristo permanece como el Cabeza en el cielo, con infinitas reservas de sabiduría para Su pueblo, tanto en estos últimos días como en los primeros días del cristianismo. El Espíritu Santo permanece en su poder para guiar y controlar. Las Santas Escrituras permanecen con absoluta autoridad.
Aun así la cristiandad en gran medida ha puesto a un lado a Cristo, al Espíritu y las Escrituras. Los grandes sistemas religiosos de los hombres realmente han retenido el nombre de Cristo, pero lo han puesto a un lado como Cabeza en el cielo al señalar cabezas terrenales. Roma tiene su papa; la iglesia griega, su patriarca; las iglesias protestantes, sus reyes, arzobispos, presidentes, moderadores. Entonces en estos grandes sistemas hay poco dejado para el Espíritu. La maquinaria religiosa y los inventos carnales de los hombres han dejado ampliamente fuera al Espíritu. Y finalmente, los hombres han hecho el más mortal ataque sobre las Escrituras, de modo que difícilmente hay una secta en la cristiandad que sostenga con algún grado de unanimidad que «toda escritura es dada por inspiración de Dios.»
Si, entonces, deseamos dar a Cristo Su lugar como Cabeza de la iglesia, reconocer y someternos al control del Espíritu e implícitamente inclinarnos a las Escrituras, ¿Qué hemos de hacer? La Escritura responde muy claramente que debemos mantener y actuar sobre dos grandes principios. Primero, separación de todo lo que es contrario a la verdad de Dios, de todo lo que es una negación de la verdad de la iglesia, de Cristo como Cabeza de Su iglesia, del Espíritu Santo como nuestro todo suficiente guía, y de las Escrituras como nuestra absoluta autoridad. Entonces, después de separarnos del mal, la Escritura insiste sobre otro principio igualmente importante, asociación con todo lo que es conforme a Dios. En una palabra, debemos «dejar de hacer el mal; y aprender a hacer el bien.»
Primero, entonces, tratemos de aprender lo que las Escrituras tienen que decirnos en cuanto a la separación del mal. Todos admitirían, sin embargo que en la práctica podemos quedar cortos en cuanto a esto, que separación de este mundo malo siempre ha sido una obligación sobre el pueblo de Dios, pero en un día cuando el cristianismo ha venido a estar corrupto, tenemos instrucciones especiales para una triple separación. Primero, separación de cada sistema religioso que por su constitución es una negación de la verdad de Cristo y la iglesia. La palabra en Hebreos 13:13, es muy clara, «salgamos hacia Él fuera de campamento, llevando Su reproche.» El campamento fue el sistema judío religioso originalmente establecido por Dios y que apelaba al hombre natural. En este ninguna cuestión de nuevo nacimiento fue levantada; todo dependía del nacimiento natural. Este estaba compuesto de personas exteriormente en relaciones con Dios, con un orden terrenal de sacerdotes que estaban entre el pueblo y Dios. Este tenía un santuario terrenal y un ordenado ritual (Heb. 9:1-10). Es solo demasiado manifiesto que los sistemas religiosos de la cristiandad han sido formados conforme al modelo del campamento. Ellos están compuestos en gran parte por hombres no convertidos; ellos, también, hacen un claro llamado al hombre natural; y tienen también sus santuarios terrenales, rituales, y sacerdotes humanamente ordenados que están entre el pueblo y Dios. Pero al imitar el campamento, los cristianos, como hemos visto, han puesto a un lado a Cristo como Cabeza, al Espíritu Santo como guía, y las Escrituras como autoridad. Si, entonces, queremos dar a Cristo Su verdadero lugar debemos, en obediencia a la palabra, «salir hacia Él fuera de campamento, llevando Su reproche.»
Pero, segundo, separación del orden de cosas del campamento como se muestra en los sistemas religiosos no es suficiente. La Escritura también manda separación de malas doctrinas. En 2ª Tim. 2:19, leemos, «apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.» Todo aquel que confiesa el nombre del Señor está, por profesión, identificado con el Señor y es responsable de apartarse de iniquidad. La iniquidad puede tomar muchas formas, pero los versos anteriores muestran que malas doctrinas están especialmente en vista. No debemos enlazar la iniquidad con el nombre del Señor.
Tercero, la misma Escritura demanda separación de malas personas. El v.20 nos habla de vasos de honor y deshonor. Y en el verso siguiente manda a separarnos de los vasos de deshonor en vista a ser santificados y ser adecuados para el uso del Maestro. Aquí es claro que personas están en vista, no meramente doctrinas. Verdaderamente se ha notado,» es siempre en proporción a su separación de estos vasos, personas, no solamente de sus doctrinas solamente, que usted es santificado y adecuado para el uso del Maestro…Pocos tienen una idea como uno sufre a causa de una sociedad impía. No es suficiente no sostener sus doctrinas; pero la sociedad contamina. Usted será coloreado por la más baja compañía que mantenga. Cada esfuerzo ha sido probado en la cristiandad para debilitar la fuerza de este pasaje; cada uno es grande en proporción a su separación.»
De este modo es claro que las Escrituras mandan claramente la separación de los sistemas religiosos que son una negación de la verdad; de las falsas doctrinas; y de los vasos para deshonor que no practican la verdad.
Esto, sin embargo, no es suficiente. Separación, aunque necesaria, es solo negativa; debe haber también lo que es positivo. Esto nos guía al segundo gran principio, asociación con el bien. Justo como la separación debe ser de las malas cosas como también de malas personas, del mismo modo, también, la asociación debe ser con las cosas que son justas y buenas como con personas que son justas para con el Señor. Debemos seguir «la justicia, fe, amor, paz, con aquellos que invocan al Señor con un corazón puro» (2 Tim. 2:22). La justicia necesariamente está primera. Cual sea la profesión que un hombre pueda hacer, si no existe el mantenimiento de la justicia practica, no puede haber un andar conforme a Dios. Pero la justicia no es suficiente: pero justicia o mal no es suficiente para determinar el camino cristiano. El debe realmente hacer lo justo, pero tomar el camino del Señor requiere fe. Por tanto con justicia, debe seguirse la fe. Pero la justicia y fe hacen lugar para el amor. Si el amor no es guardado por la justicia y la fe, este degeneraría en mera afección humana y será usada como argumento para el relajamiento y pasar por alto el mal. Entonces estas tres cualidades guían a «la paz». No una paz deshonrosa que solo es compromiso con el mal, incredulidad y odio; sino una honrosa paz que es el resultado de la justicia, fe, y amor. Pero si seguimos estas bellas cualidades, encontraremos a otros que están haciendo lo mismo, aquellos que invocan el nombre del Señor con un corazón puro, y con tales debemos asociarnos. El hecho que ellos invocan al Señor con un corazón puro puede claramente discernirse por sus vidas prácticas, considerando que puede verse que ellos se han «apartado de iniquidad;» limpiado a si mismos de los vasos de deshonor, y siguen «la justicia, fe, amor y paz.» Es por tanto claro que el camino de separación no es un camino de aislación. La escritura muestra que siempre habrá con quienes podremos asociarnos.
Sin embargo, aquellos que, en medio de la corrupción de la cristiandad, toman este camino de separación del mal y asociación con el bien, deberán enfrentar contra ellos «cuestiones necias y sin sentido» por parte de aquellos que se oponen a un camino que ellos no tienen fe para seguir. Para enfrentar a los tales será necesario cultivar un espíritu de «mansedumbre», «paciencia», y «humildad.» Solo llevando este carácter será posible evitar disputas mientras se trata de instruir (2 Tim. 2:23-26.)
Debe tenerse en cuenta que en estas escrituras que nos presentan tan claras instrucciones para el pueblo de Dios en un día de ruina, no se sugiere enseguida que salgamos de la casa de Dios. Realmente, hacer esto es imposible sin salir de la cristiandad, lo que envolvería dejar completamente el mundo. Pero mientras no podemos salir de la casa, somos responsables de separarnos del mal en la casa. Nuevamente, no se nos dice que reconstruyamos algo. No se nos dice que reedifiquemos la casa. No somos llamados a formar un modelo de iglesia o comenzar algo nuevo. Debemos simplemente andar en la luz de lo que era desde el comienzo y que aun existe bajo el ojo de Dios a pesar de todo el fracaso del hombre en responsabilidad. Es decir, que aun es nuestro privilegio andar en la verdad de la iglesia, en el reconocimiento de Cristo como Cabeza, bajo el control y guía del Espíritu Santo, y de acuerdo a las instrucciones de las Escrituras.